Los caminos son fríos en esta
época de invierno, las calles están en silencio y el mar se encuentra nublado
por la marea. Aquellos bañistas de verano disminuyeron, y ahora sólo quedamos
algunos pueblerinos. ¡Ya sé puede pescar
sin ruido!
La tranquilidad es aquella paz que libera el espíritu. No hay nada más placentero que las olas del
mar y el silencio, lugar donde suelo escaparme para encontrar la
paz del universo con mi ser; es el
espacio ideal para descubrir respuestas
a tantas interrogantes.
Recuerdo cuando entregaba mis primeras cartas de amor, apenas tenía once años, escribía entre líneas,
hasta tres hojas de tamaño grande. Y
ahora me pregunto, ¿qué hacía entregando
cartas de amor a esa edad? Tengo una
respuesta: Apenas llevaba cinco cursos en un cuaderno, quizás mi educación no fue la adecuada para mantener ocupada a una pequeña niña inquieta. En
aquellos tiempos el lugar donde vivía, se llamaba, El Pueblo Joven San Antonio, en la
ciudad de Iquitos – Loreto.
Un lugar con piso de tierra y
baches, donde se sufre de
inundaciones desde hace muchos años, con
desagües mal hechos. Actualmente, sólo es una pista asfaltada y por eso le
otorgaron el derecho de ser llamado ¨ Av. San Antonio ¨ Sin embargo, aún
continúan las inundaciones en ese mi barrio.
Entre inundaciones, y un verano
resplandeciente yo crecí, están allí mis más hermosos recuerdos de infancia.
Me encontraba jugando con mi colección de muñecas de papel, en la vereda
de mi casa, era mi colección de Candy, la Barbie y otras muñecas de moda. La diferencia es que
eran de papel, ellas tenían todos sus accesorios; sus ropas, zapatos, maquillaje.
Lo guardaba en un cuaderno viejo que no
usaba. Cada muñeca de papel me costaba diez céntimos, tenía mucho cuidado
cuando lo recortaba, ya que era parte de mi colección.
Mientras me encontraba jugando, comenzó a llover fuerte con relámpagos y
truenos, con mucha prisa guarde mis muñecas en el cuaderno, entre a mi casa,
dejé mi cuaderno encima de mi cama. Y de nuevo salí para jugar mientras llovía.
Mi hermana que se encontraba en casa me dijo:
De nuevo vas a salir, está lloviendo, te vas a mojar. Y yo respondí: Sí, voy a
jugar en la lluvia. Y sólo escuche de ella: a bueno, yo no sé sí mamá te
encuentra y se enoje, no importa le dije.
Mi amiga la ojo de búho, así era su chapa, con ella siempre jugaba vóley y también nos bañábamos en la lluvia. Uno de
nuestros juegos preferidos fue jugar a
la resbaladera en las veredas mientras llovía, porque nos resbalábamos con
facilidad con el agua. Nos lanzábamos de barriga y hacíamos competencia, el que
se resbalaba más lejos ganaba. Primero fuimos las dos, luego aparecieron tres
amiguitos más. Y terminamos jugando,
Declaro la Guerra, consistía en avanzar cinco pasos, y luego lanzar la pelota para matar al otro
país, de seguro algunos de ustedes lo habrán jugado.
La lluvia duro casi toda la tarde, mientras yo jugaba con mis amigos, mi
hermana intentaba llamarme, yo la ignoraba.
Después de unos minutos escuche un
grito, una vocecita que traspasaba las gotas: Sara, mamá te llama. Me fui corriendo
a mi casa, para ver qué pasaba, la sorpresa era que nos estábamos inundando de nuevo.
Cuando voy a mi cuarto a
cambiarme mi ropa mojada, me doy con la sorpresa que mi cuaderno de colección de muñecas se había
mojado por la inundación, y por consiguiente mis muñecas de papel se despintaron.
Fue un día triste para mí, porque
por culpa de la inundación mis trecientos muñecas de papel se mojaron, lo había
coleccionado con mucho sacrificio, ahorrando de cinco centavos para comprarme.
Que te digo: En vez de comprarme un caramelo prefería comprar una muñeca de
papel.
Después que se detuvo la lluvia, toda la casa parecía un pozo; y todos mis
hermanos tuvieron que coger sus baldes
para desaguar, sacar el agua almacenado.
Mientras yo sacaba el agua, con mi tazón, mi enamoradito a quien yo le escribía
cartas de amor, pasaba por mi casa; me miraba, Se reía y movía su cabeza, y yo me avergonzaba de tal manera que me escondía, pero ahí estaba mi madre
para decirme: Ya Sara tú también a sacar
agua, que corona te manejas!
Me encuentro sentada
frente al mar, respirando aire puro, con el viento rosando mi rostro y elevando mis cabellos ondulados, siento la frescura del agua en mis pies.
Toda está tranquilidad
en mi interior me trasporta a aquellas cartas de amor, como para responder unas
cuantas interrogantes que toda la vida
me lo hice. ¿Por qué siempre tengo la necesidad de escribir? ¿Por qué cuando
escribo me siento completa? ¿Desde cuándo comencé a escribir? La última
respuesta es simple, comencé a escribir desde los once años cuando tenía una
amistad romántica con mi vecinito.
Alejandro y yo teníamos en común nuestra amistad, nos llevábamos como cuatro años de diferencia en edad, aunque siempre acudía a mí para
aconsejarle cuando tenía problemas en su casa, en su colegio y con algunas
chicas de su colegio.
Nos sentábamos en la vereda de mi casa para conversar, me decía:
Sara, tú como si supieras mucho aconsejas como una vieja. Seguramente habrá sido por que las mujeres maduramos más rápido que los hombres, eso lo escuché alguna vez.
Nuestra amistad fue
creciendo poco a poco, y de pronto fue
grande mi sorpresa cuando se declaró. Me encontraba sentada afuera en mi mecedora,
en la vereda de mi casa, estaba comiendo
mi aguaje con sal. Llega Alejandro para buscarle a mi hermano, porque era su
amigo, Le digo: Mi hermano no está, pero si quieres espérale.
¿Para qué le buscas?
Le pregunte, sólo me dijo: No seas chismosa. Y como te va con la chica Celia de
tú colegio, la que me contaste. - Ya no
me gusta - hay otra persona que me gusta
mucho y la quiero, pero ella es muy chica, no creo poder estar con ella por su edad, es mucho
menor que yo. Y Quién es? Le molestaba –
huy estás enamorado – anda,
cuéntame, yo no diré a nadie. Está bien
– Eres tú, sara- Al instante que
escuche mi nombre me dio ataque de risa, me burlé tanto de lo que me decía, que
por poco me orino en la mecedora. Era algo absurdo lo que escuchaba, porque
pensé, apenas tengo once años, soy una mocosa, y él dice quererme. Entre risas
le dije: Como te puedo gustar si ni siquiera termino mí primaría y tengo once
años, tú estás loco. – Puede que este loco – pero es lo que siento. Y tú? – Yo,
nada creo - No lo sé – soló que
somos amigos. Entonces le aconseje:
búscate a alguien de tú tamaño, las chicas de tú edad, ya comienzan a tener
cuerpo de señoritas y son adolescentes, yo todavía soy una niña. - Lo sé – Pero nadie piensa como tú. Se fue
diciéndome, piénsalo.
No estaba para nada preocupada
en pensar en una respuesta, sino me encontraba más sorprendida por que era la primera
declaración de amor en mi vida y pensé: Esta es la primera declaración de amor
que me dan, es para no olvidarme nunca.
– Que chiflado es este Alejandro-
sonreí. Yo continuaba con mis
deberes escolar, y coleccionando muñecas
de papel, bañándome en la lluvia y jugando vóley.
Termino dándome cuenta
que mi pasión por la escritura lo tengo desde niña, cuando escribía cartas
largas de amor. Recuerdo una vez terminando de escribir una carta para
Alejandro, mi padre toca la puerta de mi cuarto: Sara abre la puerta. – Un
ratito papi- No me dio el tiempo para esconder mi carta, cuando mi papá empujo
la puerta del cuarto, y desde luego, se percató que tenía algo en mi mano y que
lo escondía. Me dijo: ¿Que tienes ahí? – Nada papi –haber enséñame para verlo.
Hice un puño fuerte, forcejeamos nuestras manos, pero el término estirando
cada dedito de aquel puño. Cogío mi inspirada carta de amor, me miro, y lo
llevo consigo.
Mi padre se encerró en
su cuarto con la carta, no lo vi toda la tarde, me encontraba preocupada por mi
secreto que había descubierto. De pronto escuche: Sara, Ven aca – Que papi –
Que es esto. Es una carta que escribí para alguien. – Que Alejandro es el
vecino – No papi – es para mi amigo del colegio - Mucho cuidado hija, voy a
estar al pendiente de ti, estas castigada, no vas a salir para nada.
Era el final, mi padre
ya sabía que existía un Alejandro, que le escribía cartas de amor
Pasaron los años, yo
siendo una adulta, mientras teníamos una
conversación sobre las cosas que me gusta hacer, le confesaba a mi padre que me
gusta escribir, él me dijo: Yo recuerdo, que cuando tú eras una niña, te
encontré con una carta de amor. Hija, cuando yo lo leí, me daba la sensación que esas letras
provenían de una adulta con talento poético, no de mi pequeña de once años.
Entonces, hija, siempre quise
preguntarte: ¿Cómo lograste escribir de esa
manera aquella carta? Entre risas le conteste: No lo sé, solo escribía
lo que pensaba. – Tú estabas enamorada – Me reí y le dije: Era una niña papá,
las niñas no se enamoran, se ilusionan. Recuerdo que aquella vez no saliste toda la tarde de tú cuarto, hasta rechazaste el almuerzo de mi mamá. – Me
encontraba sorprendido, hija – Pensaba en la historia que contabas en la carta, apenas tenías once años caray, estaba muy sorprendido por tú escritura de mujer
culta con palabras raras y poéticas. Aún lo conservo, lo tengo bien guardado. – Ojala algún día me lo muestres - No pequeña,
eso no pasara, esa carta me pertenece.
Sentada aquí en la
orilla del mar, sé me vienen a la mente muchos recuerdos, o también lo podría
llamar señales evidentes sobre mi pasión por la escritura.
La escritura nació
conmigo, lo llevo en mi mente y permanecerá en mi hasta el final
de mis días.
Escribir para mí va
más allá de un simple talento, es un
todo, es mi vida y mi ser, no encuentro la palabra adecuada para describirlo,
me quedo anonadada.
Escribir es el
motor que me permite llevar una vida con
felicidad.